Ir al contenido principal

Urgencias

Fue una colisión accidental adrede. Ambos veníamos con la viada de mil caballos furiosos, sedientos, hambrientos, un poco necesitados y muy felices. Nos encontramos en la oscuridad de una mazmorra, rodeados de criaturas famélicas y desalmadas. Entre tinieblas nos dimos un beso, luego dos, luego tres, luego dos mil otros besos, también inconfesables. Era una perfecta desconocida, acentuando en lo perfecta. Nos tomamos de la mano, fuimos a trote por ese universo negro en miniatura, bordeando el abismo, tropezándonos con cuerpos inanimados, huyendo de los escrúpulos, cagándonos en la moderación. La luz no entraba, el agua no fluía, nosotros en llamas, calcinados, medio chamuscados ya. Alguien pateó una puerta de pronto. No sé si fue ella, o yo, o el diablo que llevábamos a cuestas. Estábamos afuera por fin, respirando pero ardiendo aun. La miré por primera vez a los ojos, lo vi todo sin entender nada, casi nada salvo sus deseos, vi sobretodo que se parecían a los míos, solo que con la casual inocencia de su edad. Alguien gritó ¡busquen un hotel!, ambos reímos a carcajadas, nos pusimos a caminar, a marchar por el desierto de la ciudad y su asfalto húmedo, aire gélido y tiempo indiferente a nosotros. Era tan tarde que podría ser muy temprano, nos importaba un pepino, nosotros estábamos al principio de algo. 

En el ascensor nos miramos otra vez a los ojos, nos dimos otro beso, esta vez uno muy fugaz. Tras de ella via un grupito de hombres, hombres de todo tipo, altos, bajitos, blancos y morenos, no los conocía pero se les veía amables, algunos serios, otros distraídos, Me fijé en el espejo de la pared, detrás mío habían mujeres, varías, pero a estás si las conocía muy bien. Me sonrojé, ella forzó una sonrisa nerviosa, recogimos los hombros y salimos del ascensor. La multitud de fantasmas esa se quedó festejando en el ascensor. Al final del pasillo nos esperaba una habitación impecable, medio bucólica inclusive. Nosotros llegamos con el espíritu inflamado, con las pupilas dilatadas, con el pellejo rasguñado, con espuma en la jeta, rabiosos, ciegos, medio bestias, medio humanos. Nos quitamos los gruesos caparazones de esa noche, por fin éramos puros, libres, desconocidos y entrañables.

Kees van Dongen - Portret van Guus Preitinger

Comentarios

  1. He tenido un dejá vu con este post.
    Debo de estar en otro mundo.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Dime lo que quieras.