Te gustó por muchos motivos, pero sobretodo porque tenía esa sobredosis de personalidad que apisonaba a cada blandengue que se le ponía delante. Incluido tu (y toda tu predictibilidad). Como el día que en pleno bus repleto de gente se le ocurrió comerse una naranjota cojonuda a zarpazos (y respectivo derrame de líquidos). La adoraste por eso, también porque por esos tiempos andabas rodeándote de lagartos que aparentaban mucho mundo y que (entre tanto) no dejaban de cagarse en los pantalones. Pensabas que era lo más autentico que habías conocido nunca pero no se lo decías porque sabías que te daría una hostia. Llevaba un vestidito color rojo sangre con bobos. Tenía la piel blanca como el papel y el cabello muy mal cuidado. En verano andaba siempre en chanclas (como para no desentonar con todas sus osadías). Tenia peinado de hombre y voz áspera. Guapa no era. Si muy atractiva. Coincidimos en ello aquella vez que la esperamos en vano. No se olvidó de la c...
Cualquier semejanza con la realidad es tu propio lio.